viernes, 24 de agosto de 2012
Cuantas más letras, más fácil es que alguna no sea cierta...
Hace ya mucho tiempo de aquél día, y aunque mi habitación aún se encuentra vacía, vuelvo a tener constancia del eco interior. Los latidos reverberan en una cavidad en la que se confunde con el relevo del verano, con el arranque del otoño. Los sonidos se mezclan, se sujetan a las paredes e intentan tener constancia del eco interior.
Y como siempre, cuando el silencio aparece, viene impregnado de tu nombre…
Paseo por las esquinas oscuras, con la tenue iluminación del abismo columpiándose en un ayer que nunca llegó a ser, que jamás supo traer la luz oportuna, la necesaria.
Hace mucho ya de aquél día, de la última vez que me entretuve contando tus lunares, tanto tiempo ya de cometer errores antiguos, de la última vez que besé a la única mujer que quise.
A veces pienso que soy demasiado listo para equivocarme. Para soportar el recuerdo de tu mirada con esa paciencia densa, infinita, que acelera los calendarios y me recuerde que tú y yo nunca tuvimos un tiempo determinado.
Pero a veces, hay ocasiones que tu recuerdo emerge para recordarme todos los porqués.
Porque los silencios, porque las noches, por que ciertas caricias que nunca llegaron a nacer, porque el hielo, los anclajes y las ganas, porque hay nunca, porque muerdo los labios cuanto te pienso y porque los cierro, pero sobre todo, porque duele.
Porque nunca me oirán decir adiós. Porque siempre estaré solo. A veces tus ojos inmensos vuelven para recordarme que cumplo mi promesa.
Que nunca dejaré que muera en mí, el deseo de amar tus ojos dulces.
Yo solo puedo decirte que lo intento…
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