jueves, 3 de enero de 2008

La calle donde vivías era el recorrido de un corazón sin esperanza. Solía ser una canción distante que traía a la memoria una serenata que nunca existió y mil motivos para sumirse en la nostalgia. Aquella era la fragancia de una despedida y yo no la pude identificar, pues se confundía con el olor de tu cabello y el murmullo de tu piel. ¿Qué tragedia había cambiado tu forma de mirar? Yo no lo sabía, tú no lo sabías, pero era diferente. Tus ojos grandes e indefinibles habían perdido su brillo. Lo que para mí significó un escape a los fantasmas que atormentaban mis sueños.

La calle cubierta por una manta invisible de calor y miseria. Aquel era el destino de todas mis historias, y no lo supe comprender hasta que fue muy tarde. Había pedazos de recuerdos de un largo beso asomando por la acera y las huellas de pasos que seguían desplegando la crueldad de una pasión inexistente. A veces reías con cada historia que inventaba, como si supieras que ese era mi único mecanismo para sentirme vivo. –No dejaré que muera en mí, el deseo de amar tus ojos dulces… - Lo prometí e intente cumplirlo. Pero después dejamos de hablarnos y pronto empezó el final de otro sueño que no se cumplía.

Hoy debo decirte que mis sueños murieron hace mucho tiempo, y que esa, es una promesa que nunca podré cumplir…

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