sábado, 22 de diciembre de 2007

Y eras siempre tú...

Te descubrí por accidente, como casi todas las cosas importantes, y después de 9 años, sigues siendo la misma. Supongo que a veces te habrás arrepentido de aquel momento; yo te puedo asegurar que nunca me cansé de buscarte. A veces conseguía reconocerte, sin embargo, la mayoría de las veces me limitaba a perseguirte como un niño entre las estrellas que brillaban en mi playa.
Estoy convencido de que te habría encantado conocerla, pero tú tenías un concepto distinto de la felicidad a pesar de tus escasos 13 años, y nada de lo que nos rodeaba conseguía arrancarte esa espina que te pedía siempre ir un paso más lejos, preguntarte que había detrás del horizonte.
Te recuerdo diciendo “un día me iré Leymon y nunca me habrás conocido, nunca te habrás conocido”. Así que no tardaste mucho en irte a Guadalajara y desvanecerte en la niebla, como un cruel truco de magia. De paso te llevaste cada rincón que había amueblado para ti; me dejaste hueco. Y nadie puede vivir hueco, no durante tanto tiempo. Así que volví a mirar al cielo, a intentar encontrarte allá arriba, guiñándome tu brillo, esperaba recibir algún día un soplo desde cualquiera de los mundos que pretendías conquistar. Y eras siempre tú, ahora lo sé, todas las veces fuiste tú.
Pero el tiempo no pasa en vano, las personas cambian… yo cambié. Pasé tanto tiempo buscándote que ahora estoy demasiado lejos de mi punto de partida, y lo único que he descubierto es que no merece la pena. Ojala hubiese llegado a esta conclusión un segundo después de que te fueras.
Sé que siempre preferiste los abrazos a las palabras, aunque si te dieran a elegir te quedarías con las dos mitades del amor. Ninguna palabra mía es comparable a un abrazo, pero recuerda que te di todos los abrazos que tenía y ahora sólo me quedan las palabras

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