¿Puedo sentarme aquí? – le dice mientras con la mano izquierda coloca el mechón izquierdo de su cabello detrás de su oreja. –Claro, siéntate.- le responde. Sus ojos brillan y hasta parecen sonreír. Él se traba al hablar, pero ella no lo nota. -Tiene unos ojos penetrantes que sacan a cualquiera del exilio.- Piensa Alejandro, pero no se atreve a hablarle, más bien recordó el olor a tierra mojada y la historia que nunca terminó de escribir. Ella lo mira extrañada, lo ve casi todos los días pasar por el centro Comercial, incluso lo ha saludado varias veces.
-Oye, ¿en qué piensas? Pasaste frente mí y no me saludaste.- le dice un poco confundida.
- En nada- Alejandro le responde. Pero la fotografía de la mujer de ojos grandes y cabello negro vino a su mente. –Últimamente trato de no pensar en nada, así es mejor.- De nuevo ella lo mira sin tener idea de lo que esta diciendo. –Claro.- le dice ella. –Por cierto me llamo Daniela, ya debo volver a trabajar, nos vemos después, cuídate.- Estira una mano delgada, de esas manos que solo saben dibujar letras silenciosas y sin destinatario.
Sus ojos tenían un brillo de soledad que Alejandro nunca había visto. Parecían acostumbrados a llorar, pero al mismo tiempo, su rostro demostraba que ya había olvidado lo que era expresar un sentimiento o una emoción. Ella pasaba su figura delgada sobre unos zapatos blancos de tacón que le iban grandes, pero aún así, arrancaba miradas de deseo en todos los hombres que se acercaban a pedir información sobre el celular de moda, o el plan tarifario más barato. Una niña de ojos tristes, sin brillo ni ilusión. Alejandro a veces se preguntaba que cosas pasaban por su cabeza mientras se sentía observada. Se habían encontrado durante varios días, ella siempre con una sonrisa tersa, y él con la nostalgia encerrada en el rostro.
-Espera, mañana podemos comer juntos, ¿quieres venir? – Le dice Alejandro mientras Daniela se voltea y le sonríe. Es la primera vez que lo hace desde que se saludan. Por primera vez desparece la angustia de su rostro.
Ojos de 19 que aprendieron a mirar como si fuesen de noventa.