Llegaba cada noche a la misma hora, peinado, perfumado, con ojos de llevar mil pensamientos en la cabeza. Solitario y con su caminar rigido, como le decían sus compañeros. Por otra parte, ella descendìo de la tarima, envuelta en la gloria de un baile que desperto pasiones que agonizarian despues en su cabeza. Alejandro la seguìa mirando. Ella saludaba a izquierda y derecha, entrecerrando los ojos como le habìan enseñado las prostitutas del lugar abriendo los labios y sonriendo sin clavar los ojos en nadie y en todos a la vez. Las demàs mujeres la miraban con cierta envidia pero agradecidas tambien. Ellas tambien tomarìan parte del mismo juego a su debido tiempo.
La mujer bailaba acariciando su piel brillante, parecìa un imagen eterea que se disolvìa entre el humo y las luces del lugar. Ella seguian tocandose como haciendo el amor consigo misma, totalmente ajena a los ebrios de la medianoche y a las prostitutas que se trataban de ganar la vida en aquel bar. Una canciòn de Damian Rice se quedaba flotando sobre sus cabezas, sin atreverse a descender màs alla para no mezclarse con las emociones rotas, los corazones desangrados, las soledades eternas, ni con las torcidas intenciones de los compradores de caricias. Alejandro la observaba sin apurar su único vaso de ron. La canción y la mariposa tatuada debajo del ombligo, hacia imposible que dejará de mirarla.
Siguiò deslizàndose entre la gente sin escuchar las voces, dejando su rastro como un animal en celo. Ella distante y eròticamente fria, como una diosa pagana a la que nadie puodia tocar si no es para adorarla en silencio. Alejandro bebíò un sorbo y sintìo el fuego del ron entre sus entrañas. El tambìen era un personaje màs en ese enorme circo de humo y mùsica deprimentemente alegre. La mujer tiro su cabello hacia atràs y miro a los ojos a Alejandro. No se asombrò al verlo sentado frente a ella, de alguna manera lo esperaba, como cada noche tras su baile inmoral. Ella lo esperaba.
Alejandro se puso de pie y se acercò a ella fijando su mirada en sus ojos verdes. Se dejò en volver en sus fragancias y en la tibieza de su piel sin darse cuenta que caminaban dejando atràs aquel lugar. Ambos se miraron como si fuesen a morir al dia siguiente y siguieron asi mientras caminaban a lo largo de una calle oscura. los dos sabìan que al dìa siguiente, el serìa nuevamente un hombre sin pasado ni futuro en aquel lugar, y ella caminarìa intentando olvidar la miseria de una vida dedicada al vacio espiritual.
Te amo, murmuro la mujer. Alejandro no le respondìo. Despues solo vendrian las conversaciones hasta entrada la noche, que se confunden entre abrazos y dos personas dispares, que viven por un instante su fantasia, olvidando por un momento la soledad de sus vidas.